En este momento de la vida, del año, siento que esta ciudad
me queda grande... Bogotá es la ciudad de mis amores, de mi vida. Voy a cumplir
3 años de haberme devuelto y no me arrepiento de nada.. voy a cumplir años de
mi regreso para justo volverme a ir. Mientras tanto, he procurado llenarme de
verde los ojos...para que en el reverso me queden impregnadas las montañas, los
mangles, el mar, los árboles, las colinas. El verde, para mí, es el color del
paraíso.
Es cierto, esta ciudad me queda grande... antes la recorría sin mayor problema, con agilidad, con confianza. Ahora, solo llego hasta un punto... ya no tengo razones para irme más allá... mis razones se han ido, una a una, a otros parajes, a otros lugares que no me alcanzo a imaginar... ni siquiera estando acá cerca, en la frontera.
Uno se apropia de su ciudad en la medida en que la
recorre... y yo, por lo menos, tracé cartografías de mis afectos por dichas
calles, edificios, parques, avenidas que recorrí con aquellas personas. Ahora
que no están no encuentro tantos motivos para recorrer esos mismos lugares...
han quedado un poco vacíos de significados aunque el recuerdo permanece. A
veces me pregunto cómo sería si los que se fueron estuvieran todavía aquí, cómo
andaríamos, por dónde andaríamos. Esta ciudad me queda grande porque ahora está
llena de espacios vacíos (qué cosa rara llenarse de vacíos...) que me da pereza
volver a llenar. No la odio, no me quejo, siempre he querido a Bogotá. Bogotá
es mi nido, mi madre, mi cama. Bogotá es miércoles lluvioso y mañanas de
neblina; es charcos y soles reflejados en los edificios. Bogotá es librerías y
música de fondo; es mi perro, es Monserrate y ladrillos.
Esta ciudad me queda grande en este momento, no la culpo, no me culpo. La vida es como debe ser.