domingo, 2 de noviembre de 2014

Dentro


Me pierdo aquí, un día sí y otro día también. Cierro los ojos y veo un mirador gigante en un pueblo de tierra caliente desde donde se ven montañas sin nombre y nubes. Cierro los ojos y la veo a ella, con su voz melodiosa, con su risa esporádica y su sonrisa constante. Recuerdo el tono de su voz en el camino, recuerdo el tono de su voz cuando comenzaba a cantar "me contaron los abuelos que hace tiempo...", recuerdo el tono de su voz mientras avanza con sus botas y su mochila.

Me pierdo aquí, entre edificios gigantes y calles con nombres largos que se acortan al pronunciar. Cierro los ojos y lo veo a él sonriente. Lo veo a él en el parque de la iglesia; el parque pequeño donde los pájaros cantan y donde siempre lamenté no saber más de pájaros para reconocerlos. Lo veo en un bus, agarrándose como mejor puede, sentándose en la ventana, mirando a la calle. Recuerdo su risa y sus dientes blancos, sus labios rosados y perfectos, su pelo crespo que no deja de crecer.

Me encuentro aquí entre grandes parques y árboles de hojas verdes y amarillas. Ni el rojo ni el naranja existen. Por acá no pasan esos colores. El cielo está surcado, con qué lo curaremos. Pasan aviones que no se chocan y trazan un mapa, un croquis para seguir. El sol calienta, todavía. El sol sale, todavía. Pero la noche avanza y el cielo se oscurece pronto y la vida se recoge y se aquieta por más tiempo.

Me siento aquí en edificios amplios, de techos altos, de columnas robustas, de placas en la pared. Salgo de una puerta grande y cruzo pasillos para llegar a otra puerta. El viento me pega en las mejillas y las puntas de los dedos comienzan a prepararse. Esquivo a los que vienen, me detengo por ahí, mientras camino, mientras respiro. Miro sus zapatos, miro sus chaquetas; los escucho hablar, los escucho reír. Me pregunto qué pasara por sus cabezas, en sus retinas, en sus oídos.

Los veo a todos, desde aquí. Hay un pueblo que me cabe en el pecho, unos atardeceres que confluyen con el cielo de esta latitud. Unos olores que todavía no se han mezclado con el olor del renacer que ya vendrá. Unos sabores que guardo y combino con los nuevos que experimento, que me invitan a mezclar.

Puedo llevarlo todo en mí, en mi mochila, en mis bolsillos, en mi libreta de apuntes.
Lo llevo todo porque todo está dentro de mí.