miércoles, 10 de diciembre de 2014

Volver a las palabras

Las palabras a veces son más fuertes que yo. La impresión que me queda al volver a ellas después de un tiempo, me deja muda:

 [...] querer amarte de una forma simple, cándida, limpia, para luego darme cuenta que entre los sentimientos y los actos hay unas aguas turbias, unos remolinos, una huracán que no nos deja quedarnos en pie.
la más terrible turbulencia opaca los colores, las cartas, las risas, las charlas, el cine, las calles, el baile, el café, los parques. nos opaca a ti y a mí.

la imposibilidad de amarte y de que me ames, 
la incomunicación, 
la angustia, 
la ansiedad.
dejarte ir, 
no volver a tocarte, 
no imaginarte como eres.
la frustración.
el fracaso.
(dos años y medio atrás)



domingo, 2 de noviembre de 2014

Dentro


Me pierdo aquí, un día sí y otro día también. Cierro los ojos y veo un mirador gigante en un pueblo de tierra caliente desde donde se ven montañas sin nombre y nubes. Cierro los ojos y la veo a ella, con su voz melodiosa, con su risa esporádica y su sonrisa constante. Recuerdo el tono de su voz en el camino, recuerdo el tono de su voz cuando comenzaba a cantar "me contaron los abuelos que hace tiempo...", recuerdo el tono de su voz mientras avanza con sus botas y su mochila.

Me pierdo aquí, entre edificios gigantes y calles con nombres largos que se acortan al pronunciar. Cierro los ojos y lo veo a él sonriente. Lo veo a él en el parque de la iglesia; el parque pequeño donde los pájaros cantan y donde siempre lamenté no saber más de pájaros para reconocerlos. Lo veo en un bus, agarrándose como mejor puede, sentándose en la ventana, mirando a la calle. Recuerdo su risa y sus dientes blancos, sus labios rosados y perfectos, su pelo crespo que no deja de crecer.

Me encuentro aquí entre grandes parques y árboles de hojas verdes y amarillas. Ni el rojo ni el naranja existen. Por acá no pasan esos colores. El cielo está surcado, con qué lo curaremos. Pasan aviones que no se chocan y trazan un mapa, un croquis para seguir. El sol calienta, todavía. El sol sale, todavía. Pero la noche avanza y el cielo se oscurece pronto y la vida se recoge y se aquieta por más tiempo.

Me siento aquí en edificios amplios, de techos altos, de columnas robustas, de placas en la pared. Salgo de una puerta grande y cruzo pasillos para llegar a otra puerta. El viento me pega en las mejillas y las puntas de los dedos comienzan a prepararse. Esquivo a los que vienen, me detengo por ahí, mientras camino, mientras respiro. Miro sus zapatos, miro sus chaquetas; los escucho hablar, los escucho reír. Me pregunto qué pasara por sus cabezas, en sus retinas, en sus oídos.

Los veo a todos, desde aquí. Hay un pueblo que me cabe en el pecho, unos atardeceres que confluyen con el cielo de esta latitud. Unos olores que todavía no se han mezclado con el olor del renacer que ya vendrá. Unos sabores que guardo y combino con los nuevos que experimento, que me invitan a mezclar.

Puedo llevarlo todo en mí, en mi mochila, en mis bolsillos, en mi libreta de apuntes.
Lo llevo todo porque todo está dentro de mí.


miércoles, 2 de julio de 2014

Último intento

He intentado escribir alguna cosa, cualquier cosa en esta página. Tal vez no lo he intentado verdaderamente, apenas me lo he imaginado incontables veces: mientras voy en el bus, cuando salgo de una clase, cuando subo a la terraza por unas galletas, cuando cruzo la calle para comprar un bonyur.

Me he imaginado varias veces volver sobre la página en blanco y contar. Dejarme llevar por las cosas que quiero decir, pero no. Hasta hoy, meses después, vuelvo y lo hago, como una tarea, como un deber. Porque tuve la idea de escribir una vez al mes y de llenar los espacios, pero cuando ya me sentí muy cómoda, renuncié, me detuve.

Me pasa a menudo que después del entusiasmo y la emoción que me suscitan las nuevas empresas, me quedo en blanco y decido detenerme. Yo no he entendido bien por qué... no sé si será mi ascendente o mi signo solar, pero me pasa constantemente: paro, pierdo la concentración, el interés y quiero hacer otra cosa, mirar a otro lado, callar.

Así, en estas últimas semanas, me he sentido. Mientras tanto en mi cabeza se atropellan todas las ideas, todas las palabras y las voces. Por fuera, en cambio, no puedo escribir, no puedo pintar, ni tejer. Ni siquiera hablar... estoy con la boca quieta y las palabras intentan abrir los labios pero no pueden porque tampoco hacen mucho esfuerzo, prefieren quedarse ahí, jugando entre la cabeza y la boca, entre la boca y el corazón. 

Y sin embargo, he tenido varios temas, muchos temas de conversación, de discusión, de duda. He pensado, por ejemplo, en el paso del tiempo, en una vuelta más que le acabo de dar al sol; en junio, mitad de año, mes del solsticio y unos de mis tiempos predilectos; en el amor, en lo que se dice sentir, en lo que se siente en realidad, en la persona que encarna el amor, en la persona que ama.

He pensado, también, en la repetición de la secuencia que con distintas variables sigue siendo la misma; en los tiempos que creemos dejar atrás pero que de vez en cuando vuelven a aparecer en forma de canciones, de textos, de cartas perdidas; en los aviones y el cielo, especialmente en el cielo. 

Han sido muchos minutos tratando de aquietar las palabras que corren en carros chocones y no se dejan alcanzar, que no quieren salir, a las que no les interesa ver la luz. De ahí mi dificultad al tratar de trazar una palabra, una oración, unos párrafos.

Por ahora prefiero perderme en las letras de otros. Tal vez, de esa forma, vengan y se queden conmigo las intenciones que pretendo convertir en acción. Tal vez leyendo sus palabras encuentre lo que quiero decir, lo que puedo decir. Porque sí, a fin de cuentas, no tenemos que decir (nos) todo sino apenas lo que estemos en capacidad de hacer. 

Mientras busco cómo quedarme en este ejercicio, en cómo traducir lo que pasa de mi boca para adentro, he roto el hechizo. He hecho el deber. 

sábado, 19 de abril de 2014

Pasos literarios


Pensé mucho en donde escribir y si escribir era una buena idea. Después de tanto pensar y de leer y releer las cosas que se han escrito a raíz de su muerte, decidí que sí, que iba a escribir porque no queda de otra.

Estaba en bachillerato, apenas empezando -sexto o séptimo, no recuerdo bien- cuando mi mamá me trajo un libro titulado "Todos los cuentos" de Gabriel García Márquez. Allí estaban reunidos los cuentos de tres libros distintos: 'Ojos de perro azul', 'Los funerales de la Mamá Grande' y 'La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada'. Si mal no recuerdo, esa fue la primera vez que leí a García Márquez.


Después de eso, la vida no fue igual. Leer esos cuentos y luego seguir con 'Relato de un naúfrago' y 'El coronel no tiene quien le escriba' me convirtieron en la lectora que soy; me mostraron que la vida sin literatura no podía ser más; me dejaron ver el poder de las palabras y la magia de la poesía. Leer estas obras no era solo un gran pasatiempo sino una forma de querer a mi mamá porque, arriba, en el altillo estaba una colección de libros de Oveja Negra que ella había comprado en los años ochenta. Y en mí siempre ha habido un interés particular por imaginarme a mi mamá joven, sin hijos; así que siempre me gustó hacer cosas que ella ya había hecho como también me produce una emoción especial llegar a lugares donde ella ya estuvo.


Por eso leía yo sin pausa pero sin prisa, concentrada y con precaución de no dañar esos libritos de hojas amarillas y olor a viejo que ya eran míos. El placer de leerlos venía por partida doble y yo me sentía dueña de un tesoro que debía conservar. Después vinieron las lecturas obligadas en el colegio y 'Cien años de soledad', 'Crónica de una muerte anunciada' y 'Doce cuentos peregrinos'. Siempre, hasta el final, fue una felicidad para mí dedicarme a leer, ver que mis tareas consistían en eso y que los mundos recreados por García Márquez contenían todas las posibilidades que no permitían el aburrimiento.


Luego, en la universidad, Piedad Bonett daba una clase de García Márquez y por supuesto la inscribí. Releyendo sus obras, corroboré que su literatura era el mejor antídoto para la depresión, para la tristeza, para la soledad. Corroboré, además, que no me había equivocado en escoger la carrera y que si tuviera que pasar mi vida leyendo, lo haría de mil amores y felizmente. 


A García Márquez le debo muchas cosas. Y hoy, con su muerte, queda un vacío pero además una gratitud inmensa porque el amor que sentí por sus obras y que luego se fue contagiando a otros libros, otras historias, es el mismo amor que he cultivado y he conservado desde ese entonces por la literatura en general. Es el amor que mi mamá también me ayudó a cultivar y que es amor para ella también. 


La ventaja de un escritor es que sus obras no perecen, a diferencia de los pintores o los escultores cuyas obras ven reflejadas el paso del tiempo y la manipulación humana. Por fortuna, los libros nos sobrevivirán y por fortuna, nos quedan el tiempo, los ratos libres, los buses, las salas de espera y los libros de la biblioteca de mi mamá para leer y releer aquellas historias que una vez me mostraron el camino y me hicieron enamorarme de unas realidades intangibles y maravillosas que desde ese entonces me han llenado el corazón. 

lunes, 17 de marzo de 2014

Te espero


Te espero con los ojos abiertos, 
con los brazos extendidos,
con la frente mirando el horizonte.

Te espero desde las 9 de la noche, 
cuando las luces comienzan a aparecer
y nos empezamos a esconder.

Te espero con los ojos cerrados
para mirarte desde la oscuridad
y así derrotar el miedo.

Te espero con el cuerpo, 
con la sonrisa, con las uñas. 
Te veo llegar a las 4 de la tarde, sonriente, sin prisa.

Te espero desde que dices 'adiós'
y una vez más te espero, 
aun sabiendo que será la última para esperarte. 

miércoles, 19 de febrero de 2014

Esto es lo que hay


En este momento de la vida, del año, siento que esta ciudad me queda grande... Bogotá es la ciudad de mis amores, de mi vida. Voy a cumplir 3 años de haberme devuelto y no me arrepiento de nada.. voy a cumplir años de mi regreso para justo volverme a ir. Mientras tanto, he procurado llenarme de verde los ojos...para que en el reverso me queden impregnadas las montañas, los mangles, el mar, los árboles, las colinas. El verde, para mí, es el color del paraíso. 

Es cierto, esta ciudad me queda grande... antes la recorría sin mayor problema, con agilidad, con confianza. Ahora, solo llego hasta un punto... ya no tengo razones para irme más allá... mis razones se han ido, una a una, a otros parajes, a otros lugares que no me alcanzo a imaginar... ni siquiera estando acá cerca, en la frontera. 

Uno se apropia de su ciudad en la medida en que la recorre... y yo, por lo menos, tracé cartografías de mis afectos por dichas calles, edificios, parques, avenidas que recorrí con aquellas personas. Ahora que no están no encuentro tantos motivos para recorrer esos mismos lugares... han quedado un poco vacíos de significados aunque el recuerdo permanece. A veces me pregunto cómo sería si los que se fueron estuvieran todavía aquí, cómo andaríamos, por dónde andaríamos. Esta ciudad me queda grande porque ahora está llena de espacios vacíos (qué cosa rara llenarse de vacíos...) que me da pereza volver a llenar. No la odio, no me quejo, siempre he querido a Bogotá. Bogotá es mi nido, mi madre, mi cama. Bogotá es miércoles lluvioso y mañanas de neblina; es charcos y soles reflejados en los edificios. Bogotá es librerías y música de fondo; es mi perro, es Monserrate y ladrillos.


Esta ciudad me queda grande en este momento, no la culpo, no me culpo. La vida es como debe ser.


San Gil, 2014

Chicaque, 2013

Medellín, 2013

Hacienda Nápoles, 2013

Bogotá, 2013
(Un saludo para Barcelona que no me la alcanzo a imaginar como no me imagino Taipei, ni Auckland, ni Montreal, ni Passau, ni Seattle, ni Lyon, ni... ni ... ni...)

sábado, 1 de febrero de 2014

lo que queda


"la vida es como debe ser..."


tantas palabras que quedan escritas y luego se olvidan, 

tanto lo que se dice, lo que se grita, lo que se calla.
abrir la boca para escupir la d, la t, la w, la j, la q, la e...

todo el tiempo que invertimos en hacernos entender, 

en esperar que la otra persona descifre el mensaje, lo procese.
el tiempo que se nos va en escuchar a los demás, 
en prestar atención a historias ajenas.

***


contengo la rabia para no enredarme la lengua, 

para no morderme los labios cuando intente decir.
cuando quiera explicar que las cosas no eran así, 
que iban a ser mejores.

una de mis casas se ha ido. la del corazón.

me quedan en los ojos los paisajes:
el verde de las montañas y el rojo de las colinas;
el azul aguamarina de los mares profundos, 
las rocas amarillas y las naranjas colgando de los árboles.

me quedan nuestras propias historias, 

los mundos que inventamos, las batallas que ganamos.
me quedan sus suspiros y su olor, 
su calma y su sonrisa.

se quedan conmigo las cosas que aprendí, 

lo que mejoré, lo que compartí.

y todavía quedan estas palabras que intentan arrancar la pesadumbre

y dar sosiego. que se mueven al vaivén de la música, 
que tararean, que vacilan y se desprenden u n a a u n a . . . 
pero al fin de cuentas las palabras no sanan, no rescatan, no alivian...
están ahí para ser dichas y escuchadas, para volver sobre ellas,
una y otra vez, una y otra vez.

son estas palabras que me condenan y me atan, 

me liberan y me consienten, 
me hablan desde cerca y me susurran desde lejos.

son estas palabras, las mismas, las que están aquí, 

conmigo, 
para hacer esto todo más llevadero.

a mar.