jueves, 4 de abril de 2019

Mi abuelo y Alberto Cortez


Me enteré hace muy poco que Alberto Cortez murió y lo primero que hice fue llamar a mi mamá. Cuando le pregunté que si había escuchado la noticia, me dijo que sí, que claro, que ella sabía que yo me iba a acordar de ella y se puso a llorar [Segundos en silencio].

Me dijo que habían sido muchas noches con sus amigas de la universidad escuchándolo, que las iba a llamar. Creo que también está triste porque un pedacito de sus recuerdos ha muerto, porque una cosa es cuando uno escucha a un artista predilecto en la radio y está vivo, a uno que se quiere mucho pero ya no está. 
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Y en las formas misteriosas en que la vida nos conecta, hoy conmemoramos el primer aniversario de la muerte de mi abuelo Everardo. ¡Un año! ¿Cómo el tiempo tiene la propiedad de pasar tan rápido? ¿cómo hemos vivido un año sin él? ¿cómo la vida ha seguido su curso?

Porque esa es la función de la vida, a pesar de las partidas, de las batallas que perdimos, de los planes que no hicimos y los caminos que no tomamos. Porque la muerte no puede quitarnos la alegría, ni el baile, ni la risa. Hemos de llorar, de añorar, de recordar, claro, pero la vida siempre ha de seguir, con sus vicisitudes y sus peros y sus pequeñas dichas y sus sincronías y sus coincidencias.

Como la coincidencia de tener el abuelo que tuve aunque no compartiéramos la misma sangre. 

Mi abuelo Everardo, de quien soy huérfana, pero a quién recuerdo con alegría y gozo, porque sus carcajadas eran potentes y sus dichos no hemos olvidado. Porque la vida es esto también, recordar cómo sentir amor profundo y compañía verdadera junto a él, porque siempre estuvo, siempre vino, siempre llegó. 
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Nos estamos despidiendo constantemente de múltiples cosas, de recuerdos, lugares y de seres amados. Y en esa despedida también celebramos lo que vivimos. Nada se pierde para siempre. 

Quedan las canciones de Alberto Cortez y me quedan los recuerdos de mi abuelo.