miércoles, 13 de abril de 2016

De hojas en blanco y silencios...

Dejé de escribir porque me ocupé en otras cosas...porque dediqué la vida de ese tiempo a recorrer una ciudad que no terminé de conocer pero que me maravilló constantemente. Y aunque siempre tuve los temas presentes, aunque cuando caminaba se me ocurrían las historias y en muchos momentos vi la oportunidad de escribir acerca de eso, no lo hice.

Dejé de escribir porque a veces las palabras le duelen más a los demás que a nosotros mismos. Tal vez ni siquiera son las palabras, sino la interpretación de ellas. Decir casa o lengua o avestruz no podría significar otra cosa que lo que se entiende por casa. No obstante, fueron los otros que vieron en lengua lo que yo no estaba mostrando, los que vieron en avestruz una amenaza, un pasado sin fin.


Dejé de escribir como forma de rebelarme contra los que exigen disciplina y dedicación. Contra todas las voces que me dicen que debería esto o aquello. Quedaron muchas páginas en blanco y ahora soy yo la única dueña de las historias y de los desenlaces...


No sé cuándo vaya a volver a abrir el cuaderno. Apenas he vuelto a esta página en blanco para decir que sí, que soy consciente y que vivo también en lo que callo. Que las hojas en blanco son una prisión y una pradera a la vez. Que mis manos se atan para no volver a coger el esfero pero mi mente se mueve velozmente y construye y reconstruye y así, los blancos espacios no traducen lo que pasa en otros escenarios.



Los castigos auto-impuestos no suponen mejoría. La vida va más allá de lo que nos restringimos.

Las palabras qué culpa tienen