domingo, 3 de julio de 2011

los domingos

los domingos son unos días rarísi mos. yo no podría decir si me gustan del todo o si los odio del todo. sí, es cierto, he tenido domingos duros acá. acá y en cualquier otro lado. pero he tenido otros que salvan la patria.

los domingos son días rarísimos porque uno no entiende bien si fueron creados para descansar sin pensar en nada más o si fueron creados para que sintamos que el fin del mundo está cerca.

cuando era pequeña, los domingos, casi siempre, eran días felices porque veía a mi papá. cuando era pequeña quería a mi papá sin prejuicios ni motivos. sólo porque era mi papá y ya. y los domingos nos veíamos y muchas veces almorzábamos en la casa de los abuelos y venían mi prima y mi hermana y jugábamos al tiburón. casi siempre era mi hermano, por ser hombre y el menor.
otras veces salíamos a algún centro comercial y comíamos helado y vitriníabamos. llegábamos a las casa entre 6 y 7pm y todo era una nota.

los domingos de mi infancia están llenos de recuerdos felices: de juegos y visitas y programas de televisión y salidas al parque o a la ciclovía. luego crecí.

los domingos siguientes a los de la infancia, es decir la preadolescencia y posterior adolescencia, estuviero llenos de mucha amistad y cariño. el domingo todas, casi todas, íbamos a jugar volibol en el club. a veces entrábamos a misa todas, ese era el plan. lo divertido era que nos sabíamos las canciones que cantaba el señor de la misa y todas las veíamos con otros ojos, las cantábamos con un doble sentido. así, una letra que decía: "le hablaré sin miedo al oído, le diré las cosas que hay en mí y que solo a él, le interesarán, él es más que un mito para mí" tenía su respectiva interpretación amorosa y entonces todas cantábamos con esa malicia, esperando que de verdad hubiera ese a quien contarle esas cosas.
en esos domingos comenzó la costumbre de ir a visitar a los abuelos. ellos antes vivían al norte, cerca de nosotros. pero por alguna razón que no recuerdo se decidieron volver al sur y como el sábado nos quedaba muy complicado hacer el viaje hasta el sur, empezamos a ir los domingos.
en plena adolescencia no había plan más jarto (en mi caso) que ir a la casa de los abuelos y ver el noticiero del mediodía y tomar onces después del almuerzo y asarse en el carro mientras llegábamos. no obstante, ese tipo de domingos fue el que después aprendí a querer y que a veces añoro.
no obstante, muchas veces, después de visitar a los abuelos mi hermano y yo nos íbamos a usaquén a escuchar cuenteros, a comer mazorca, a caminar por las calles del barrio. a veces mi papá se pegaba al plan y la pasábamos muy bien. porque claro, los domingos todavía eran los días de la visita de mi padre, solo que fueron perdiendo esa constancia y ahora cualquier día puede está bien para encontrarnos.

durante los últimos 2 años del colegio y más adelante durante la universidad, los domingos también fueron los días de pasar el guayabo, de dormir por la tarde donde los abuelos, o en el carro o en la casa. donde fuera. fueron también los días de terminar de hacer las tareas (lo que siempre nos reprochó mi papá). pero casi siempre estuvieron bien, poco drama.

la cosa se complicó cuando entré a la universidad. ahh, los domingos: para pasar el guayabo, para jugar volibol, para verme con mis amigas, para visitar a los abuelos, para asarme en el carro, para dormir por la tarde, para terminar de leer los libros, para empezar el ensayo, para organizar el horario de la semana, para ver las películas del domingo, para hacer trabajos con los compañeros (los pocos que me tocó hacer en compañia), para verme con mi papá solo un rato, para hacer el desayuno, para leer el periódico, para sacar a robin, para ir a san javier, o volver.
estaban tan llenos de cosas y a la vez no eran nada. entonces se vino la tristeza del domingo, esa sensación horrible de que el mundo debería acabarse un domingo y hacernos la gracia de que no vuelva a haber otro igual. ser conscientes de que una semana nueva empieza, de que llega el lunes con los mismos afanes de hace 8 días. darse cuenta que se acabó el fin de semana y no se hizo nada de lo que se había planeado. pobre séptimo día, tan mal diseñado.

bueno, a pesar de tanta presión que cae sobre este día, hay domingos que salvan la patria. hay domingos felices, como hoy cuando vamos todos al asado y corren los niños por el parque y juegan juntos y se pelean entre sí pero vuelven a buscarse para jugar. cuando las mamás comen juntas y se ríen. cuando los papás se ponen a jugar frisbee o fútbol. cuando yo me siento bien de estar pasando un domingo de verano alemán con esta "mi" familia.

sí, hay domingos felices como hoy. sí. las cosas pueden ir bien. (los domingos)